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Resoluciones de la comisión de mujeres y diversidades
7 de mayo, por Encuentro de Ferro — Géneros y Sexualidades, Encuentro de Ferro 1M, Géneros y Sexualidades, Encuentro de Ferro 1MAcá podés ver las resoluciones de las comisiones del Encuentro de agrupaciones clasistas, jubilados/as y estudiantes realizada el 1° de Mayo en Ferro.
RESOLUCIONES COMISION: “Mujeres, diversidades y como golpear desde el movimiento en los sindicatos y centros de estudiantes”
Proponer a todo el Encuentro una gran campaña A 10 años del 1er NI UNA MENOS. Desde todas las agrupaciones del mov obrero y estudiantiles impulsamos la exigencia a la CGT y la CTA de un paro general el 3J para poder ser miles en la calles.
Construyamos una gran movilización desde abajo, con asambleas, para imponerlo como parte de un plan de lucha. Nos vamos a organizar desde todas los lugares de trabajo y estudio para impulsar una gran movilización.
Apoyamos a distintos sectores que hoy están luchando y son encabezados por mujeres: como las enfermeras de CABA, por el reconocimiento de la carrera profesional, contra los despidos en el Hospital Bonaparte, Posadas, contra los ataques a discapacidad, sitios de Memoria, Estatales
Reivindicamos todas las experiencias de lucha por los derechos de las mujeres trabajadoras y diversidades, que son ejemplos para el conjunto de la clase trabajadora; como la puesta en pie de las primeras Secretarias de Mujeres y Diversidades en los SUTEBAS recuperados, la pelea por el cupo laboral travesti trans, la reincorporación de compañeras de los gremios de la industria, el ejemplo de la lucha de la comisión de mujeres de Madygraf.
Todo el apoyo a la lucha de las jubiladas y sus “miércoles de la resistencia”, que enfrentan la represión de Bullrich. Denunciamos que el gobierno de Milei ataca a las jubiladas, con la eliminación de la moratoria. 9 de cada 10 mujeres no podrán jubilarse, y aumentan la edad jubilatoria.
Ante los ataques y desmantelamientos de programas para mujeres en situación de violencia, exigimos a las centrales sindicales un plan de lucha.
Denunciamos el ataque de Milei pero también de los gobernadores que ajustan perjudicando mayoritariamente a mujeres y diversidades. Como en la provincia de Buenos Aires Kicillof ataca el derecho a huelga de las maestras. Se incumple la ley de cupo laboral travesti trans y recortan alimentos a los comedores.
Fortalezcamos la organización de mujeres y diversidades impulsando actividades, comisiones, frentes comunes con otras organizaciones y referentes.
Impulsemos Pan y Rosas en los lugares de trabajo y estudio, invitando a sumarse a la militancia del feminismo socialista
En defensa de la ESI: organicemos la pelea por mayor presupuesto y plena implementación con perspectiva de género. Capacitación gratuita en servicio.
Fortalezcamos la pelea por perspectiva de genero en todos los lugares de estudio.
Que haya mas comisiones de mujeres en lugares de estudio y trabajo. Que haya mas juegotecas.
Apoyamos la campaña por la expropiación de la fabrica de madygraf. Difundir el petitorio.
Repudiamos el triple lesbicidio y los
discursos de odio. Difundir la convocatoria del martes 6/5 a las 17hs en Plaza ColombiaJusticia por Camila, víctima de femicidio, quien era parte de la lucha por vivienda en Magaldi. Justicia x Sofía Fernández, víctima de Transfemicidio. Adherimos a la actividad del 3 de Mayo en Pilar y al festival que se realizará el 27/6.
Sin vivienda no hay ni una menos. ¡Todo el apoyo a las compañeras de Guernica y Magaldi! plata para vivienda, salud y educación , no para el FMI.
Acompañamos a les compañeres para impulsar la marcha Lgbtiq+ en José C Paz
Rechazamos los recortes a la carrera de medicina de Unpaz
Impulsar conversatorios con jubiladas en las universidades, potenciando la unidad entre distintos sectores
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Justicia por Pamela, Roxana y Andrea: se cumple un año del triple lesbicidio en Barracas
6 de mayo, por Crimen de odio — Géneros y Sexualidades, Ciudad de Buenos Aires, Barracas, Crímenes de odio, Javier Milei, Principal2 2, Estado responsable, Lesbicidio, Géneros y Sexualidades, Ciudad de Buenos Aires, Barracas, Crímenes de odio, Javier Milei, Principal2 2, Estado responsable, LesbicidioA un año del crimen de odio contra cuatro lesbianas en el barrio de Barracas se convoca a una nueva movilización señalando la responsabilidad del Estado y exigiendo justicia. Luego de la marcha que pasará por el hotel, se realizará un festival.
El 6 de mayo de 2024 Justo Fernando Barrientos lanzaba una bomba casera en un cuarto donde habitaban, hacinadas, cuatro mujeres lesbianas en el barrio porteño de Barracas. Pamela Cobbas, Roxana Figueroa y Andrea Amarante no lograron sobrevivir al ataque, Sofía Riglos Castro pudo hacerlo tras una larga recuperación.
Se podría imaginar que la noticia correría rápidamente por los grandes medios, acostumbrados a lucrar con el morbo y el impacto de historias crueles o aberrantes. Sin embargo, fue el amplio impacto en las redes sociales, con el impulso de organizaciones como la asamblea barrial de Barracas y la Asamblea de Lesbianes Autoconvocades y con la difusión de contados medios, incluyendo este mismo, que el ataque tuvo repercusión.
Pamela, Roxana, Andrea y Sofía vivían las cuatro juntas en una habitación sumamente pequeña de una pensión en la ciudad más rica del país. Una imagen que habla por sí sola de la realidad del país, con miles y miles sin acceso a una vivienda, múltiples dificultades para alquilar y trabajos precarios que están muy lejos de garantizar una canasta básica. Una realidad material que se podía ver también cuando Tehuel, un chico trans, desapareció en plena pandemia en la provincia de Buenos Aires yendo a buscar un trabajo, viviendo de changas. Una situación de crisis que se profundiza con las políticas económicas de ataques a las grandes mayorías que sostiene el Gobierno.
Discursos de odio desde el Estado
Pocos días atrás del hecho uno de los escribas del Gobierno, Nicolás Márquez, se encargaba de vomitar en la radio que la homosexualidad es “insana y autodestructiva”. El crimen que sufrieron las cuatro mujeres estuvo precedido por un arsenal discursivo que desde el Estado buscó y busca instalar el odio contra la diversidad sexual. Algunos meses más tarde, el propio Ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, planteó abiertamente en el Congreso que rechazaba la “diversidad de identidades sexuales”.
Al día de hoy el atacante, Justo Fernando Barrientos, se encuentra preso a la espera del juicio. El juez de la causa, Edmundo Rabbione, se encargó de darle curso a la narrativa de La Libertad Avanza en los papeles judiciales. El delito por el que imputa a Barrientos es "homicidio doblemente agravado", aplicando como agravantes alevosía y peligro común, negándose a abordar el hecho como un crimen de odio y violencia de género. Por estas razones, y por manejos irregulares a la hora de llevar adelante la causa y la investigación, la sobreviviente Sofía Riglos pidió la recusación del juez.
No se trata de un solo juez en sintonía con Milei, hace un mes la mismísima Corte Suprema de Justicia dictaminaba un fallo donde niega que el asesinato de la activista travesti Diana Sacayán fue un crimen de “odio a la identidad de género”. Un andamiaje discursivo y legal que sale de las entrañas del Estado buscando negar la especificidad de la violencia que sufren las mujeres y la diversidad sexual.
Una respuesta contundente en la calle
En su recorrido el Gobierno, que en su política entrelazó la batalla cultural contra la diversidad sexual y las mujeres con el plan de ajuste contra las grandes mayorías, profundizó su escalada de odio con el discurso de Milei en Davos. El presidente directamente asoció la homosexualidad con pedofilia, dichos que no cayeron en saco roto y desataron un repudio generalizado.
A los dos días una enorme asamblea de la diversidad sexual en parque Lezama convocó a una movilización contra las políticas del Gobierno, buscando generar lazos con otros sectores atacados como jubilades o trabajadores despedidos del Hospital Laura Bonaparte. En las pancartas de la multitudinaria marcha del 1F se podía ver el grito de justicia por Pamela, Roxana y Andrea, así como también por Sofía.
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La movilización fue una respuesta contundente contra el Gobierno, expresó la posibilidad de instalar en el debate público la necesidad de pelear contra la discriminación y sobre todo la necesidad de dar esa lucha masivamente en las calles junto a los sectores que están sufriendo las políticas reaccionarias y de ajuste. Fechas como el próximo 3 de junio, aniversario del Ni Una Menos, pueden volverse una nueva oportunidad para dar una respuesta contundente en el lugar donde se escuchan nuestros reclamos: la calle.
A un año del triple lesbicidio, desde la Asamblea de Lesbianas Autoconvocadas convocaron a un conversatorio en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires para seguir dándole visibilidad al reclamo. Allí participaron legisladores del Frente de Izquierda Unidad, Unión por la Patria, UCR/Evolución y Confianza Pública.
El martes 6 Lesbianes Autoconvocades y la asamblea barrial de Barracas impulsan una concentración y marcha en Plaza Colombia a las 17hs señalando la responsabilidad del Estado, exigiendo justicia por Pamela, Roxana y Andrea, y justicia y cuidados para Sofía. Luego de la actividad se realizará un festival.
Foto: Julio Pereyra / Enfant Terrible
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Marxismo y feminismo: un diálogo imprescindible para la emancipación
4 de mayo, por Ideas de Izquierda — Géneros y Sexualidades, Feminismo, Marxismo, Edición México, Edición Uruguay, Edición Venezuela, Feminismo socialista, feminismo liberal, Edición Costa Rica , Teoría de la reproducción social, Géneros y Sexualidades, Feminismo, Marxismo, Edición México, Edición Uruguay, Edición Venezuela, Feminismo socialista, feminismo liberal, Edición Costa Rica , Teoría de la reproducción socialPresentamos a continuación el prólogo a la edición en castellano de Marx, las mujeres y la reproducción social capitalista, de Martha E. Giménez, publicado por Ediciones IPS.
Prólogo
Aproximadamente desde 2015, las enormes manifestaciones –en Argentina y otros países– contra los femicidios y la violencia sexista, luego por el derecho al aborto, para conmemorar el Día Internacional de las Mujeres o enfrentar los discursos de odio de las ultraderechas, fueron hervideros de consignas y demandas que sobrepasaron los propósitos de cada acción. Junto a las estrictas demandas de cada ocasión, también se despotricaba contra la discriminación, el racismo, la superexplotación, la expoliación y la depredación de la naturaleza. En distintas partes del mundo, el reclamo de la legalización del aborto se mezcló con el desconocimiento de la deuda externa; la exigencia del uso de un lenguaje inclusivo acompañó las demandas de aumento de salario o la denuncia de despidos y cierres de empresas con plantas mayoritariamente femeninas; la publicidad que adquirieron los femicidios impulsó la denuncia contra la complicidad patriarcal de las policías y los juzgados, mientras se señalaban el racismo y la pobreza estructurales. Las masivas movilizaciones feministas internacionales actuaron como caja de resonancia de múltiples y diversos malestares sociales que se estaban cocinando a fuego lento antes de la pandemia de coronavirus.
Es que la violencia machista, las brechas de género en todas las áreas de la vida, los derechos que se conquistan o naufragan según soplen los vientos políticos, demuestran que, tras largas décadas de feminismo neoliberal –con “ampliación de derechos” y el triunfo de un discurso individualista meritocrático–, las cosas no resultaron como nos dijeron. El contraste entre la igualdad ante la ley y la desigualdad ante la vida duele, y mucho.
La equidad, el respeto y los derechos mandan en el terreno legislativo, ciego a las vidas donde el orden lo imparten la explotación, la precariedad, la violencia y la pobreza. El feminismo neoliberal, empeñado en demostrar que lo único a lo que podía aspirarse era a lo primero –aun reconociendo todas sus limitaciones–, intentó ocultar bajo la alfombra lo otro: el empeoramiento de las condiciones materiales de existencia que impiden, a su vez, el ejercicio universal de los derechos. Pero otros feminismos se abrieron paso en esta grieta. ¿Es posible acabar con todas las formas de discriminación, inequidad, desprecio y opresión de las mujeres, en el marco del sistema capitalista? En ese tipo de preguntas, fructifican las tendencias anticapitalistas del feminismo. Y cuando se trata de apuntar contra el capital, el marxismo resurge como invaluable arma de la crítica.
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Por eso, olvidado por varias décadas, el feminismo marxista fue revalorizado con el auge de la última oleada feminista, que volvió a poner en debate la relación entre capitalismo y reproducción de la vida. Fue la pandemia de coronavirus –que sacudió al mundo entre enero de 2020 y mayo de 2023– la que evidenció que el mundo seguía funcionando gracias a las personas “esenciales” que continuaban su fatigosa tarea, en medio de la calamidad: la sed de ganancias del capitalismo atentaba contra la vida, y la vida libraba su batalla mediante el trabajo asalariado de algunos sectores claves de una clase mayoritaria y el trabajo gratuito de una inmensa mayoría de mujeres. Una verdad que el feminismo marxista sostenía, con una voz poco audible, desde hacía varias décadas sin que mediara ninguna catástrofe sanitaria.
Las feministas marxistas tienen ese mérito: el de haber puesto en debate, desde diversos enfoques, el vínculo estructural que existe entre el trabajo (gratuito) de reproducción social que se realiza en el ámbito doméstico y la explotación capitalista, a través de la cual la clase propietaria de los medios de producción obtiene plusvalía del trabajo excedente de la clase asalariada. Esfuerzo encomiable que, especialmente desde los años 1970, se puso en comprender esa relación compleja entre producción y reproducción y darle una centralidad privilegiada en el escrutinio de cómo operan la clase y el género en el capitalismo.
Este vasto trabajo teórico arrojó teorías dualistas o unitarias sobre patriarcado y capitalismo; tesis sobre el valor de cambio del trabajo doméstico o explicaciones acerca de su carácter improductivo; críticas a Marx por no haber profundizado el análisis sobre el circuito exterior a la producción donde se reproduce la fuerza de trabajo o valiosos intentos de partir de sus propias categorías para ampliar su perspectiva global sobre la reproducción del capital, etc. El resultado colectivo de esta producción teórica es diverso, contradictorio y atrapante; pero sobre todo, vital y una contundente demostración de que no hay propuesta social y política emancipadora que pueda prescindir del diálogo con el marxismo.
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En la actualidad, el libro probablemente más conocido de ese acerbo es El marxismo y la opresión de las mujeres. Hacia una teoría unitaria, de Lise Vogel. Publicado originalmente en 1983 y editado en castellano por primera vez en 2024 [1], este trabajo es rescatado por su papel fundante en la Teoría de la Reproducción Social. Vogel aborda cómo se reproduce, por fuera de la esfera de la producción, la particular mercancía que constituye la fuerza de trabajo, en cuya explotación radica el funcionamiento del capitalismo. Y también, retoma los debates sobre el trabajo doméstico que se suscitaron en la década de 1970. No es casual que ese libro fuera revalorizado en estas últimas décadas, en los que la crisis del capitalismo se convirtió en una recesión crónica y sin solución progresiva a la vista: una agonía relativamente estable, con momentos tempestuosos agudos y otros períodos de relativa calma, preñada de luchas sociales prometedoras y fenómenos políticos aberrantes. Es que, si la primera oleada feminista se puede identificar con los derechos civiles igualitarios (particularmente, el sufragio) y la segunda, con el reconocimiento de las diferencias de género y la consagración de los derechos sexuales y reproductivos, esta última parece estar más ligada a las promesas incumplidas (e incumplibles) en el marco degradado de las democracias capitalistas neoliberales.
Del mismo período en que Lise Vogel elabora su feminismo marxista, datan los primeros artículos de Martha E. Giménez, que fue una de sus interlocutoras. Producción que, en el caso de Giménez, se prolonga hasta la primera década del siglo XXI y que es recogida en la compilación Marx, las mujeres y la reproducción social capitalista. Ensayos feministas marxistas, publicado originalmente en inglés en 2018 y que aquí presentamos, por vez primera, en castellano, gracias a la traducción de Mario Iribarren. Proponemos una revalorización de esta obra que, entre otras cosas, ayuda a imaginar la riqueza del debate y de los aportes de los feminismos marxistas, aun cuando debieron sortear los difíciles tiempos de triunfalismo neoliberal en todo el planeta.
El libro aborda diversos temas; sin embargo, el nudo central de este plan de investigación teórica se encuentra en la preocupación de la autora por sostener la validez del marxismo para explicar la funcionalidad y subordinación de la reproducción social tal como la conocemos, al sistema de producción capitalista. Para Giménez, no existen las mujeres en abstracto, con vidas determinadas solo o principalmente por su género; en el mundo real, las mujeres ocupan un lugar en las estructuras de clase, socioeconómicas, raciales y étnicas que existen en el seno de las formaciones sociales capitalistas. Por eso aboga por un feminismo centrado en las trabajadoras, no para ocupar una parcela dentro de un menú de opciones que se ocupan de las necesidades y reclamos de diversas minorías, sino porque justamente las mujeres constituyen la mayoría de la clase trabajadora y porque trabajadoras son la mayoría de las mujeres. Esa vocación de mayoría de la que el marxismo feminista es portavoz, aparece como un eje distintivo de la elaboración teórica y la convocatoria militante que traza Martha E. Giménez, a lo largo de los años y del debate con distintas teorías y corrientes políticas feministas.
Para la autora, la división entre la producción de mercancías en el ámbito público y la reproducción de fuerza de trabajo en el ámbito privado están en la base de la opresión de las mujeres en el capitalismo; entendido este como un sistema mundial de producción universalizada de mercancías, donde los desposeídos de los medios de producción (de distinto género) se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. De ahí que el capitalismo crea la contradicción según la cual la familia, para la clase trabajadora, se siente como una fuente alternativa para la supervivencia, al mismo tiempo que es la institución social que reproduce y legitima la opresión patriarcal. O dicho en otros términos, que el trabajo gratuito de cuidado sostiene la subsistencia de la familia en su muda resistencia a los embates del capital siendo este trabajo gratuito, al mismo tiempo, la fuente de dependencia económica de las mujeres y de su desigualdad social, no solo dentro sino también fuera del ámbito privado.
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Un ángulo atractivo, para nuestras lectoras y lectores de Argentina, será descubrir el pensamiento de Giménez teniendo en cuenta que estudió Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba a finales de los años 1950 y cursó una maestría en su Instituto de Sociología, antes de radicarse definitivamente en Estados Unidos. Aunque allí es donde vivió la mayor parte de su vida hasta la actualidad, en donde ya lleva más de una década retirada de la actividad como docente e investigadora universitaria. Es interesante pensar de qué manera sus reflexiones sobre las imbricaciones de clase y género están signadas por su experiencia política en aquellos años de resistencia popular a los sucesivos golpes de Estado, de activismo estudiantil, de huelgas obreras y de fuertes disputas teóricas en la academia argentina; mientras como ella misma señala, “la visión de la sociedad que ofrecía la sociología norteamericana era irreal e incompleta, al estar basada en una perspectiva que enfatizaba el orden y el consenso” [2].
En Argentina participó militantemente en la lucha de clases y, en Estados Unidos, se acercó, como académica, a la teoría marxista, cuando se sentía “sapo de otro pozo” en una sociedad mucho más conservadora. Como recuerda la autora en la introducción: “Para nosotros, las clases, la lucha de clases, los intereses de clase, la oligarquía, la explotación, el imperialismo, el colonialismo y la revolución no eran simplemente categorías sociológicas de discutible validez y relevancia en la ciencia social, sino conceptos comunes y corrientes, elementos del discurso político cotidiano, parte a su vez de una comprensión de sentido común sobre la realidad social” [3]. Por eso, sus primeras impresiones de las vidas de las mujeres norteamericanas, mucho más conservadoras que las que había experimentado durante su juventud en Argentina, le preocuparon y despertaron su interés por el feminismo.
De allí que, aunque el libro que presentamos es una compilación de artículos publicados en un período bastante extenso –atravesado por significativos cambios políticos, económicos y sociales–, cada uno de estos ensayos está hilvanado por la persistente intención de Giménez de desarrollar una perspectiva marxista-feminista sobre las condiciones materiales de la opresión de la enorme mayoría de las mujeres, que son las de la clase trabajadora, entendidas no solo como asalariadas en el sistema capitalista, sino también como integrantes de redes de relaciones que presuponen su trabajo gratuito de cuidado para la reproducción de esa clase explotada a la que pertenecen.
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La compilación está organizada en tres partes: I. Teoría marxista feminista, II. Reproducción social capitalista y III. ¿Hacia dónde va el feminismo?
La primera parte comienza con un artículo publicado en 1975 en el que Giménez polemiza con el feminismo liberal que desconoce la división de la sociedad en clases antagónicas, considerando que los derechos democráticos de los que gozan principalmente las mujeres de las clases medias, se apoya en la explotación asalariada de la mayoría de “sus hermanas” de la clase trabajadora. Su preocupación es el desarrollo de un feminismo que no se aísle teórica ni prácticamente de la lucha de clases, entendiendo que la dicotomía no puede ser entre “conciencia feminista” y “conciencia de clase”, sino en trascender los términos de este falso antagonismo en una perspectiva marxista que incluya no solo la consideración de la explotación capitalista, sino también la preocupación por las múltiples formas de opresión social (de género, sexual, étnica, cultural, etc.), para avanzar en delinear un programa concreto por la liberación que haga posible “la práctica real de la igualdad” [4]. Aunque pasaron cincuenta años de este ensayo, el debate vuelve a recobrar importancia cuando las ultraderechas conservadoras deciden construir al feminismo como enemigo, explotando las contradicciones y los límites de su corriente hegemónica en su alianza con los gobiernos neoliberales progresistas en las últimas décadas.
En los dos ensayos siguientes, elabora una dura crítica a la teoría de la interseccionalidad, preguntándose si no se trata de una forma de la política de la identidad que “ha sido cooptada por el recurso neoliberal al lenguaje de la diversidad en todas partes (…), como si el objetivo original de la interseccionalidad hubiera sido facilitar la movilidad ascendente de unos pocos” [5]. También señala que argumentar “que la clase obrera es el agente fundamental del cambio no significa que sea el único agente del cambio” [6], mostrando que si la clase trabajadora asume las luchas contra la opresión sexual y racial que la atraviesan, este mismo movimiento tiene “el potencial de ser luchas de clases”, porque los patrones de distribución de la propiedad, de quienes mayoritariamente cargan con la producción del excedente en el que se sostiene la acumulación de riqueza en unos pocos, etc., obviamente, se sobreimprimen sobre los patrones de las desigualdades sexuales y raciales. Pero como bien señala Giménez, esta comprensión “requiere un esfuerzo consciente de clase” [7].
Agregaríamos, desde nuestro compromiso político militante, que ese “esfuerzo consciente” requiere concretarse en un programa que permita a las trabajadoras y trabajadores revolucionarios transformarse en “tribunos del pueblo”; es decir, que no solo defiendan sus intereses corporativos o sindicales como clase obrera, sino que se dirijan a las mujeres en tanto género oprimido, a la juventud en tanto sector socialmente oprimido por los adultos, a los migrantes en tanto población empobrecida sobre la que pesan el odio xenófobo y racista, para conducirlos al combate contra el capitalismo, que es patriarcal, racista, etc. En palabras de Giménez, “Sostener, entonces, que la clase es fundamental no es ‘reducir' la opresión de género o racial a la clase, sino reconocer que ese poder subyacente, básico y ‘sin nombre', que está en la raíz de lo que sucede en las interacciones sociales basadas en la ‘interseccionalidad', es el poder de clase” [8].
Y no podemos más que coincidir con la autora cuando sostiene que sexismo, racismo y clasismo es una formulación engañosa, porque mientras las dos primeras son ideologías que legitiman la desigualdad, la discriminación y la opresión, la relación entre las clases designa relaciones de explotación delimitadas por la propiedad (o no) de los medios de producción. Por eso destaca que las relaciones de clase “son, a la vez, un lugar de explotación y, objetivamente, un lugar donde se forjan los agentes potenciales del cambio social” [9]. Ideas que iluminan en los debates actuales el paradigma victimista preponderante en los movimientos sociales, donde el lugar de la víctima (de un daño causado por un otro individual) permite construir una identidad que tiene reconocimiento social y político –en tanto no se trata de una identidad colectiva–, pero devalúa el carácter estructural de esas condiciones de segregación, discriminación u opresión que son entendidas, desde la biografía personal, solo como “daño”.
La sección cierra con una crítica feminista marxista al feminismo materialista, publicada originalmente a mediados de 2000, donde cuestiona las teorías anticapitalistas que por “evitar los supuestos reduccionismos del marxismo” [10] arrojaron el resultado de una concepción ahistórica del patriarcado, dualista (patriarcado y capitalismo), en vez de avanzar en la comprensión de los fundamentos capitalistas de la opresión de las mujeres. También establece una diferencia entre las primeras feministas materialistas que tomaron el marxismo como punto de partida de sus teorizaciones y el actual feminismo materialista que se basa en el rechazo posestructuralista o posmoderno del marxismo tout court. Veinticinco años más tarde de la publicación original de este ensayo, también vale la pena repensar la revalorización o el resurgimiento del feminismo materialista al calor de la crisis capitalista y en qué sentido representa un cambio respecto del giro lingüístico anterior. ¿Es posible, hoy, un diálogo teórico y político más fructífero entre los feminismos materialistas y los feminismos marxistas?
La segunda parte, sobre la reproducción social capitalista, se apoya en el argumento de que el hogar, en el capitalismo, se convierte en el principal lugar para la reproducción (biológica, cotidiana y generacional) de la fuerza de trabajo y por eso, allí radica la base material de la opresión sexista por la cual la fuerza de trabajo femenina es, antes que fuerza laboral productiva, mano de obra doméstica. Esta sección está integrada por siete ensayos que abarcan un período que va desde finales de los años 1970 hasta los primeros años del siglo XXI y abordan diferentes temas: población, autoabastecimiento, natalismo, maternidad, reproducción y procreación, etcétera.
Para Giménez, la ley de acumulación del capital afecta a la fertilidad, la mortalidad, las migraciones y muchos otros fenómenos sociales que, a su vez, modifican los contextos económicos. Esta tesis la desarrolla en el primer ensayo de esta sección. En el siguiente, reflexiona sobre cómo, a pesar de las luchas feministas y del retroceso de las ideologías conservadoras respecto de décadas anteriores, la pelea por la igualdad y contra la opresión de las mujeres todavía es necesaria por la persistencia del mandato familiar que limita las opciones reproductivas y sexuales de las mujeres. Luego, analiza muy críticamente las tecnologías reproductivas y su impacto social. Su tesis central es que, al fragmentarse el proceso de reproducción, se crean condiciones para la existencia de un mercado de “elementos” biológicos que intervienen en la procreación (óvulos, espermatozoides, úteros, etc.), generando un “modo de procreación” mercantilizado, separado del modo de reproducción social donde el proceso de procreación/crianza es parte del trabajo gratuito, realizado mayoritariamente por las mujeres, en el ámbito privado (contrapuesto al mercado). Para la autora, la globalización de este mercado de la procreación refuerza la opresión de las mujeres, más que empoderarlas económicamente a unas y ofrecerles una vía para la realización de sus deseos a otras. Un debate que, en la actualidad, divide aguas en los feminismos, impulsado por un desarrollo mucho mayor de las tecnologías reproductivas, una creciente mercantilización del proceso de reproducción y una clara segmentación de clases y regiones entre mujeres “prestadoras” del servicio y clientes/as, mientras la conceptualización de los deseos, los derechos humanos, la libertad sexual y los modelos de maternidad infunden múltiples niveles de lecturas a un fenómeno novedoso.
En los siguientes dos capítulos, aborda las contradicciones que tiene el trabajo doméstico, en un sentido amplio. Señala cómo aquel trabajo gratuito es fuente de opresión y desigualdad para las mujeres, pero, simultáneamente, cómo encierra algunas experiencias que, de no estar mediadas por la formación social capitalista, prefiguran relaciones sociales no mercantilizadas, no utilitarias y basadas en el afecto y el libre consentimiento. Esta segunda sección termina con un artículo que sintetiza las ideas principales del pensamiento de Martha E. Giménez, donde se delimita de las teorías de la reproducción social, poniendo especial énfasis en la subordinación, que impone el capital, de la reproducción a la producción. Es decir, cuestionando la idea de que la producción de mercancías depende de la reproducción de la fuerza de trabajo. Para ello, parte de definir la reproducción social (en el capitalismo) como la reproducción de las clases trabajadoras, que constituyen la gran mayoría de la población y cuya reproducción está absolutamente sometida a los vaivenes de la economía.
La tercera sección, “¿Hacia dónde va el feminismo?”, cierra este libro con una visión esperanzadora. Para Giménez, que se sentía aislada al comienzo de su carrera por centrarse en la teoría marxista para analizar y debatir sobre fenómenos y procesos que solo interesaban a las feministas, hay muchas posibilidades del resurgimiento de un feminismo marxista en la actualidad. La polarización entre el aumento descomunal de las riquezas de un pequeño puñado de propietarios, por un lado, y los intentos denodados del capital por reducir al mínimo sus “costos laborales”, mediante los bajos salarios, la precarización y flexibilización, etc., son la base material por la que, según Giménez, los feminismos centrados exclusivamente en los derechos de las mujeres pierden poder de convocatoria. Estos tres artículos bregarán por llamar al feminismo no solo a centrarse en la opresión de la mayoría de las mujeres, las de la clase trabajadora (en un sentido amplio), sino también a considerar que esos problemas fundamentales que las aquejan también afligen a la clase trabajadora en su conjunto. Pararse desde este ángulo de los intereses comunes que comparte la clase trabajadora, para apuntar contra los antagonismos de género, sexuales, raciales y otros que la atraviesan, es fundamental para entender de qué manera el capitalismo reproduce estos sistemas de opresión, en el afán de garantizarse mayores tasas de explotación, en su beneficio.
Los fenómenos de la “feminización de la migración”, “feminización del trabajo”, “feminización de la pobreza”, etc., son indicadores, para la autora, de una transformación de alcances históricos que el capitalismo está produciendo en las relaciones entre hombres y mujeres, como también entre las mujeres mismas, a nivel internacional. Cada vez menos, el feminismo puede prescindir de una lectura materialista histórica de la relación entre producción y reproducción en el capitalismo, para promover la liberación de las mujeres de toda opresión. Todo su esfuerzo teórico radica, en sus palabras, en “trascender la reificación de los conceptos de clase y clase trabajadora como algo separado de las relaciones de opresión, en general, y de las luchas de las mujeres y otras luchas basadas en la identidad, en particular” [11]. Aun cuando las heridas infligidas por el capitalismo puedan comprenderse, en un primer momento, solo a través de las marcas de la identidad.
Lo que más nos motivó a traducir y publicar la obra de Martha E. Giménez –a pesar de los matices teóricos y políticos que podamos sostener respecto de sus elaboraciones– es que sostiene la necesidad de un feminismo anticapitalista, marxista que, por lo tanto, debe ser un feminismo de la clase trabajadora. No en un sentido identitario, ni tampoco en el sentido de reivindicar un sujeto político por sus padecimientos, sino por la potencialidad que la clase trabajadora tiene para hacer volar por los aires los resortes de la explotación capitalista y tomar el cielo por asalto. Incluso más allá de que muchos de los debates planteados por Giménez han tomado nuevas formas en los años más recientes, y que casi todo su trabajo iniciado durante la segunda ola feminista de los Estados Unidos continuó en los difíciles años de la contraofensiva global del capital, la autora se esfuerza por transmitir esa potencialidad de la clase mayoritaria que hace mover al mundo. Potencialidad de la cual, un feminismo marxista –que no puede ser solo una teoría sin aspiraciones a trascender la academia para convertirse en fuerza material, política y transformadora– debe intentar convencer a las mujeres para la lucha por su emancipación, que es también la lucha por la emancipación de toda la humanidad de las garras del capital.
El libro puede conseguirse acá.
[1] Lise Vogel (2024), El marxismo y la opresión de las mujeres. Hacia una teoría unitaria (prólogo de Paula Varela), Buenos Aires, Ediciones IPS-CEHTI.
[2] Martha E. Giménez (2025), Marx, las mujeres y la reproducción social capitlita. Ensayos feministas marxistas, Ediciones IPS, Buenos Aires, p. 22.
[3] Ídem.
[4] Ibídem, p. 69.
[5] Ibídem, p. 96.
[6] Ibídem, p. 81.
[7] Ídem.
[8] Ibídem, p. 82.
[9] Ibídem, p. 81.
[10] Ibídem, p. 99.
[11] Martha E. Giménez (2019), “Mujeres, clase y política identitaria. Reflexiones sobre el feminismo y su futuro”, en Monthly Review, vol. 71, N.º 4, Londres.
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Femicidio de Camila: una muerte evitable, el Estado es responsable
29 de abril, por Rosario — Géneros y Sexualidades, Santa Fe, Femicidio, Rosario, Mujeres trabajadoras, Santa Fe, #ElEstadoEsResponsable, Géneros y Sexualidades, Santa Fe, Femicidio, Rosario, Mujeres trabajadoras, Santa Fe, #ElEstadoEsResponsableLa joven de 24 años, madre de 3 chicos, fue asesinada por su ex pareja en la zona noroeste de Rosario. Sus vecinas de la toma de Magaldi la recuerdan como una mujer trabajadora que intentaba darle los mejor a sus hijos. Ella es una de las tantas mujeres que intentaban escapar de la violencia de género, pero sin vivienda: no hay ni una menos.
Camila con sus tres hijes recorría las calles del barrio Los Unidos vendiendo artículos de bazar para hacerse un mango, más de una vez asistía al comedor a buscar un plato de comida y levantó su rancho en la toma de Magaldi, al igual que las 180 familias que lucharon por un pedazo de tierra para vivir. Luego de años de lucha, el Estado les firmó un acuerdo donde iban a ser trasladados para darles un terreno donde pudieran construir sus viviendas, ya que en el terreno que estaban existía un dueño que pidió el desalojo. Casi cinco años transcurrieron desde aquel entonces y en Rosario pasaron muchas cosas.
Camila se fue del barrio, estaba viviendo en Nuevo Alberdi al igual que su mamá y sus hermanas. La trini, la Pri, la Titina, todas mujeres que en el barrio recuerdan con mucho amor y que es vox populi que tuvieron que abandonar sus viviendas despojadas por la violencia narco que azota en las periferias y particularmente en este terreno. Camila, como muchas, aveces no podía decir que no, primero pensaba en sus hijos, en su techo, en el morfi. Un día juntó valentía y se alejó, ese NO, le costó la vida. El padre de sus hijos la mató delante de ellos, porque para él, Camila siempre fue su propiedad: si no es de él, no es. Hoy sus nenas de 6 y 9 años y su nene de 3 años se quedaron sin su mamá. "Si nos hubieran dado los terrenos, hoy Camila podría estar con sus hijos lejos de su asesino", comentó una de las vecinas que lamenta la pérdida de la joven. "Yo me siento muy identificada, me cansé de hacer denuncias y no me dan bola, esperan a que te maten. Desde el 2001 que la veía a su mamá cuando ella era chiquita, que venían al comedor", enunció otra vecina que también sufrió violencia de género y conocía a Cami desde muy bebé.
En medio de un contexto donde quieren desaparecer la figura de femicidio, donde un gobierno misógino negacionista acusa a las mujeres de mentirosas e inventar causas, asesinaron a 80 mujeres en lo que va del año, hoy Camila es la número 81 y sus hijos completan la cifra de 66 niños que se quedan sin sus mamás producto de la violencia de género. En Rosario y en la provincia, el escenario no es distinto. Javkin y Pullaro no hacen otra cosa más que cumplir con la doctrina Milei y desfinanciar y desmantelar las políticas de género. No son los únicos, las familias de la toma de Magaldi pelean desde el 2020, bajo gobiernos peronistas, socialistas o radicales su suerte fue siempre la misma, el abandono.
"Barrio fantasma", dice la pintada por calle Benteveo apenas cruzas Mendoza, es el nombre informal que le pusieron los vecinos al barrio "porque no aparece nadie, somos un fantasma". Las mujeres de la zona se han cansado de recurrir al Estado en busca de asistencia a las víctimas, ni parches a la situación recibieron y mientras siguen contando, año tras años, cuántas son asesinadas. La muerte de Camila era evitable. Hoy su familia exige justicia, no acepta la excusa del asesino que dice que se le disparó el arma sin querer, alertan "que no se haga pasar por loco". Las mujeres de la familia de Cami, saben perfectamente que muchos femicidas apelan a su condición psicológica para justificar los asesinatos, ya lo han visto con más de una mujer.
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Hoy necesitan ayuda, tienen que hacerle una pieza a los niños, perdieron todas sus pertenencias, porque mientras velaban a Camila, les desvalijaron la casa. Piden la mayor solidaridad y colaboración para intentar sacar adelante a estos menores que quedaron huérfanos.
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