En la noche del 27 al 28 de junio, en un barrio de Nueva York, travestis, gays y lesbianas dijeron "-¡basta!", nada menos que a la policía que los hostigaba con razzias, detenciones y apremios por su identidad sexual. Decidieron resistir y enfrentar, con orgullo y barricadas improvisadas, la represión policial. Hoy se cumplen 40 años de aquella batalla del bar Stonewall, que se conmemora en todo el mundo con marchas, fiestas y desfiles del Orgullo Gay, Lésbico, Travesti, Transexual.
Contra una sociedad discriminatoria, que obligaba a gays y lesbianas a ocultar su identidad y sus deseos, que condenaba moralmente y sancionaba legalmente a todos y todas aquellas que no se sometían a la imposición de una heterosexualidad esencialmente reproductiva, el movimiento emergió con fuerte rebeldía para visibilizar su existencia con orgullo.
El movimiento, en su amplitud, también devino en diversas formas de concebir la opresión sexual y diferentes estrategias para la transformación. Un sector minoritario concebía al patriarcado como un sistema que, en la subordinación de las mujeres a los varones, la represión de la sexualidad no reproductiva y la imposición del matrimonio monogámico y heterosexual, establecía esta jerarquía entre lo "normal" y lo que escapa a esta norma, lo "desviado" que debía ser reprimido. Planteaban que el patriarcado establecía una alianza con el modo de producción capitalista y que, entonces, las luchas de liberación sexual eran inevitablemente anticapitalistas, si pretendían transformar la sociedad.
Sin embargo, hacia mediados de los 80, mientras la contraofensiva imperialista se imponía en el mundo de la mano de Reagan y Thatcher, con privatizaciones, despidos, ataque a las conquistas sociales del movimiento obrero y el reforzamiento de una moral ultraconservadora y la emergencia del movimiento antiabortista "pro-vida", en el movimiento gay empezaban a primar las tendencias que centraban sus reclamos en la integración y el reconocimiento. La lucha por la transformación de una sociedad en la que, según se concebía, la discriminación era fundante, se convertía en la lucha por ser reconocidos como ciudadanos con igualdad de derechos en esa misma sociedad. Y junto a los derechos democráticos, el derecho al consumo; mientras se fue generando un "mercado gay friendly" para varones homosexuales blancos, de clase media y altos ingresos que "como bien lo advirtieron las empresas de marketing-, no tenían que desembolsar en el mantenimiento de familias numerosas y contaban con dinero que podía gastarse en novedosos servicios y mercancías.
Fueron lesbianas, mujeres negras y feministas las que, como señala la investigadora y activista lesbiana Jules Falquet, "armadas de la crítica feminista, explican públicamente sus desacuerdos y fundan sus propias organizaciones." En el movimiento que ellas también habían puesto en pie, se reproducían las opresiones que querían combatir: los varones homosexuales, blancos y de clase media imponían su liderazgo y sus objetivos, como lo hacían las mujeres heterosexuales de esas mismas condiciones sociales en el movimiento feminista. Esto dio origen a un diverso movimiento lésbico feminista, que se planteó nuevas perspectivas radicales anticapitalistas.
Hoy, la diversidad del movimiento originado en Stonewall, hace cuarenta años, es inabarcable. Desde quienes conciben a la sexualidad como una actividad individual y apolítica, quienes celebran la diversidad y reclaman ser incluidos en el sistema, hasta quienes consideran que el sistema está fundado precisamente en su exclusión, entre otras, y por eso hay que transformarlo radicalmente. Lo que es indiscutible es que, hace sólo 40 años, se abrieron los armarios para millones de seres humanos que, aún en la actualidad, siguen peleando por su derecho a una existencia liberada de todas las formas de opresión. |