Compañeras, hoy me atrevo a dirigirme a ustedes para que sepan lo que me pasa en este momento tan difícil que nos toca vivir a mi familia y a mí. Siempre viví de lejos ser una mujer de un desocupado y no entendía lo que era, hasta que me tocó a mí. Es como que se para el mundo por segundos: se cruzan los niños por mi mente, sin comida, sin abrigo y con mucho frío. Como lo que yo veo por la tele, sentís mucho miedo y te bloqueás por segundos.
Cuando mi marido vino a casa, me contó la misma sensación de frustración, impotencia y bronca, porque no entendía lo que pasó.
Cuando lo miré a los ojos me di cuenta que los dos no éramos dos, sino que somos uno. Lo que a él le pasaba me estaba pasando a mí, y me di cuenta que si yo le contaba lo mismo, nos hundíamos los dos, y detrás, mi gran familia.
Cuando fui a una de las movilizaciones que él iba, me di cuenta que la lucha no sólo era de él, sino de toda la familia, porque él por nosotras da la vida. Y pensé -¿por qué yo no?, si somos uno.
Entonces comenzamos la lucha diaria de protestar por lo que creemos que es justo. Porque no es posible que unas personas jueguen con el futuro de muchas familias. Por eso mis hijos David de 4 años y María de 1 año comenzaron a acompañar a su padre en la lucha diaria para reclamar que le devuelvan su trabajo que le fue arrancado ilegalmente, con el cual se ganaba dignamente el pan para ellos.
Por eso compañeras, en estos momentos tan difíciles para nosotras, tenemos que estar al lado de ellos, sin miedo, peleando por el pan de cada día de nuestra familia.
Compañeras, les pido un minuto de su tiempo para apoyar nuestra lucha diaria. Para que todas juntas recuperemos la dignidad que le han robado a nuestros maridos y familias.
– ¡JUNTAS LAS MUJERES DE PIE!
L., esposa de un trabajador despedido de PABSA |