El lunes 16 de febrero, Graciela Aguirre fue absuelta de la acusación que pesaba en su contra por el asesinato de su esposo y su caso recorrió todos los canales de televisión. Los periodistas se llenaron la boca con palabras acongojadas sobre la terrible violencia de la que Graciela había sido víctima durante años y todos elogiaron el fallo y al fiscal que retiró las acusaciones después de escuchar su doloroso testimonio.
Pero Graciela estuvo detenida durante seis meses en un calabozo y sufrió otro año más de prisión domiciliaria, monitoreada permanentemente con una tobillera electrónica. Todo esto por defender su vida y la de sus hijos ante el ataque de un hombre violento, bajo el cual vivía amenazada; algo que se podía haber evitado si se hubieran escuchado sus reiteradas denuncias que no tuvieron respuesta.
Después de vivir este tormento, Graciela tuvo que soportar la revictimización de una (in)justicia que aún con suficientes pruebas del suplicio la obliga a comparecer y relatar públicamente la tortura a la que había sido sometida por quien fuera su marido. Hasta tuvo que aguantar al fiscal preguntando "por qué no hizo nada". -¿Nada? Nada es lo que hizo la (in)justicia a la que ella acudió reiteradamente, hasta que fue convocada pero para comparecer en el banquillo de los acusados.
Hay otras "Gracielas Aguirres" acusadas de homicidio, esperando juicios que nunca llegan; otras pueblan las cárceles de mujeres y muchas más son las que pueblan los cementerios sin que sus gritos desgarradores hayan sido escuchados por nadie hasta que fue "demasiado tarde".
Pero esa violencia que ocurre en los hogares no es "doméstica" ni privada. Se reproduce y legitima cuando en los medios se habla de "un crimen pasional" cada vez que aparece una mujer muerta por su pareja; se duplica revictimizando a las mujeres cuando las instituciones del Estado investigan y cuestionan a la víctima, avalando a los victimarios.
Se funda y se justifica en un sistema social que se basa en la explotación y la opresión de millones de seres humanos, por parte de un puñado de parásitos, y donde las mujeres llevamos la peor parte.
Graciela Aguirre es una víctima y es una sobreviviente. Una de las pocas que puede contar su historia que, lamentablemente, no es individual, ni personal, ni única. |