La aparición de Sarah Palin en la fórmula republicana ha vuelto a abrir el debate sobre el significado de la llegada de las mujeres a los altos cargos políticos. Hasta hace un mes, la frustrada candidatura de Hillary Rodham Clinton en el Partido Demócrata dividió a las feministas en Estados Unidos, especialmente frente a la candidatura de Barack Obama, convertido finalmente en el primer afroamericano que aspirará a la presidencia. No nos detendremos aquí en todas las cuestiones que hacen que el Partido Demócrata no sea una alternativa al Partido Republicano, sino meramente la opción del "mal menor" dentro de la paupérrima "democracia" bipartidista imperialista estadounidense. Lo que sí cabe decir es que quienes ansían ver el final de la guerra y la ocupación imperialista, quienes luchan por los derechos de las mujeres, de las comunidades negra y latina, que apoyan las luchas de los trabajadores y trabajadoras, no encontrarán una alternativa en ninguno de los partidos, ambos lugartenientes de los intereses de la burguesía imperialista fuera y dentro de Estados Unidos.
Un techo de cristal... -¿de todas las mujeres?
El llamado "siglo de las mujeres", signado por la llegada de las mujeres a altos cargos ejecutivos, como Angela Merkel (Alemania), Michelle Bachelet (Chile), Cristina Fernández (Argentina) o antes Condoleezza Rice (Secretaria de Estado de EE.UU.), se transformó en una idea casi hegemónica entre las feministas y el movimiento de mujeres internacional. Los primeros debates se dieron alrededor de las supuestas cualidades extraordinarias de las mujeres en el poder, como la capacidad de diálogo, de consenso y la sensibilidad.
Lamentablemente más temprano que tarde fue la realidad misma quién dirimió el debate a favor de quienes señalamos que el género no soslaya que esas mujeres están hoy al frente de estados capitalistas y que responden a los mismos intereses que sus pares varones.
– ¿Niega este contenido de clase de los estados lo distintivo del momento histórico respecto de la participación de las mujeres en la política? No.
Es un hecho indiscutible que las mujeres han ampliado su participación política, su acceso a los altos puestos de mando, desde militares (como Nilda Garré en Argentina, al frente del Ministerio de Defensa o Condoleezza Rice, una mujer negra, al frente de las fuerzas armadas estadounidenses que ocupan Afganistán e Irak). Lo que sí es discutible es que esto represente un avance para los derechos de millones de mujeres, signo de una supuestamente "conquistada igualdad", argumento que se apoya en la idea en que si existen más mujeres diputadas, ministras o presidentas es porque "las mujeres estamos mejor". Bachelet reprimió sin miramientos a jóvenes estudiantes que sólo pedían presupuesto para la educación: la experiencia de las y los estudiantes secundarios chilenos fue una amarga lección de que el género femenino no determina actitudes frente a las luchas de quienes cuestionan las políticas capitalistas. El caso de Rice es aún más cínico, porque -¿quién puede defender la idea de que una mujer negra al frente de una fuerza invasora, acusada de abusos, violaciones y asesinatos "particularmente contra mujeres y niñas- sea muestra de un avance de las mujeres?
Pero volvamos a la campaña presidencial norteamericana: a pesar de las divisiones que se dieron en las internas demócratas, muchas feministas sostuvieron que la llegada de Hillary Clinton a la Casa Blanca sería un hecho histórico y su condición de mujer "equilibraba" sus cuestionables posiciones políticas sobre temas muy sensibles como su apoyo a la guerra de Afganistán e Irak o su apoyo a incontables medidas del gobierno republicano de Bush. -¿Hubiera significado la llegada de Hillary a la Casa Blanca un hecho de gran peso simbólico? Indudablemente sí, como sucede con la candidatura de Obama. -¿Se hubiera roto el famoso "techo de cristal" que separa a las mujeres de la igualdad con los varones? Aceptando este punto de vista, seguramente sí, ya que podríamos decir que no existe hoy un cargo más importante en el mundo que la presidencia de la potencia imperialista más poderosa del planeta.
Sin embargo, hay dos preguntas incómodas para este planteo: -¿Hubiera significado su desembarco en la Casa Blanca el ansiado "avance de los derechos de las mujeres"? y, -¿ese "techo de cristal", se rompe para todas las mujeres? La primera pregunta, aunque incómoda, tiene una respuesta muy sencilla: no. La segunda es más complicada, porque desde un punto de vista histórico, sí representaría quizás un "hito" en la participación política de la mujeres, teniendo en cuenta que aun en la primera década del siglo XXI esa participación sigue siendo minoritaria y puesta en tela de juicio. Sin embargo, al ser la opresión patriarcal de las mujeres una realidad tan íntimamente ligada a los engranajes del capitalismo, es imposible pensar la experiencia de esa opresión sin considerar las diferencias abismales que separan a una mujer que puede aspirar a la presidencia de Estados Unidos y millones de trabajadoras, campesinas pobres, estudiantes, jóvenes, latinas o negras, que no pueden aspirar a nada más que sobrevivir con menos de un dólar por día, las más pobres entre los pobres, más de 1000 millones de mujeres y niñas en todo el mundo.
Las candidaturas de Hillary Clinton y Barack Obama plantearon una "paradoja" para las huestes demócratas y varios sectores del progresismo. Con el senador John Edwards fuera de la carrera interna, por primera vez en la historia de la política estadounidense ninguno de los candidatos demócratas a la presidencia sería ni varón ni blanco. Las feministas se dividieron alrededor de las candidaturas de Obama y Clinton, de un lado quienes vetaban a Obama por ser varón y decían que era casi una traición a la causa por los derechos de las mujeres no apoyar a Clinton, que seguía siendo blanco de miradas misóginas y, del otro, quienes apoyaron a Obama. Prevaleció una supuesta polémica alrededor de la "política de identidad" por sobre los programas políticos de ambos candidatos, que no sólo no diferían demasiado entre sí, sino que además tampoco eran una alternativa al programa republicano en las cuestiones centrales. Incluso, a pesar de que cierto sector de sus seguidores quiso transformarlo en una discusión sobre "política identitaria", lo cierto es que ni Obama ni Clinton levantaron demandas propias de los afroamericanos ni de las mujeres; por el contrario, ambos candidatos se esforzaron por no aparecer demasiado asociados ni a las feministas ni a los activistas por los derechos de la comunidad negra. Sí era claro que las figuras de Barack Obama y de Hillary Clinton se alimentaron del hastío de las masas con los ocho años de gobierno republicano, que sin duda fue tierra fértil para la reapertura de profundas cuestiones sociales que siguen abiertas en la conservadora sociedad estadounidense (durante el segundo gobierno de Bush se reabrió la discusión del derecho al aborto legal desde 1973, el matrimonio gay y el reconocimiento a las parejas del mismo sexo de los mismos derechos que las parejas heterosexuales, entre otras cuestiones). Finalmente, fue Barack Obama el erigido como la figura de cambio y expresión del hartazgo con el gobierno de George Bush.
Clinton se quedó en el camino... llegó Sarah Palin, "-¿acaso no somos mujeres como ustedes?"
El debate interno demócrata culminó en una división, en parte saldada en la convención de ese partido donde se oficializó la candidatura de Obama (con el apoyo de Hillary Clinton y respaldada también por las grandes empresas y los sindicatos). Sin embargo, a la amargura que provocó la derrota de las feministas que levantaban la candidatura de Hillary, se viene a sumar la sorpresiva candidatura de la ignota gobernadora de Alaska Sarah Palin, como vicepresidenta del republicano John McCain. No sólo "se robó" el protagonismo como la primera mujer en aspirar a tal cargo del lado republicano (la primera fue la demócrata Geraldine Ferraro en 1988), sino que salió con los tapones de punta diciendo que aceptaba el desafío de "romper el techo de cristal", parafraseando a Clinton y burlándose de sus "18 millones de grietas" (en referencia a los votos que logró Hillary en las internas) que no lograron "quebrar" tal imposición.
Sarah Palin es presentada como parte de una "nueva generación" de mujeres conservadoras que buscan disputar a las demócratas la representación femenina. Miembro vitalicia de la Asociación Nacional del Rifle, organización que defiende el derecho a portar armas en EE.UU. y reducto de la reacción norteamericana, cristiana y madre orgullosa de cinco hijos (los conservadores resaltan el hecho de que haya decidido tener a su último bebé, con síndrome de Down, como una muestra de su militancia antiabortista), Sarah Palin es una periodista deportiva que llegó a la política como concejal de su pueblo Wasilla, en el que más tarde fue alcaldesa. Desde hace más de un año es gobernadora de Alaska y se transformó en una figura que despierta la simpatía de la base más conservadora del Partido Republicano que ansía una "vuelta a los valores norteamericanos", que no es otra cosa que una cruzada reaccionaria contra los derechos de las mujeres, la comunidad gay y lesbiana, un profundo desprecio hacia los negros y los latinos, además de una expresión de los postulados sociales más retrógrados. Esta derecha social no es una novedad de 2008, sino que viene expresándose fuertemente desde la reelección de Bush en 2004, en la que las iglesias cristianas movilizaron a su base para votar a los republicanos. También se manifestó en las consultas realizadas en las elecciones legislativas de 2006 (que ganaron los demócratas), donde se pronunciaron amplios sectores contrarios al aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, entre otras cuestiones.
Por eso es que Palin, aunque es una figura afín a los sectores más reaccionarios, no está tan lejos de las opiniones de una parte importante de la población. Por ejemplo, respecto de la enseñanza de la Teoría de la Evolución vs. la "Teoría" de la creación divina en las escuelas públicas (un debate importante en EE.UU.), Palin coincide con una franja amplia en que el mundo fue creado por Dios y eso es lo que debe transmitirse a los niños. Según Gallup, en 2007 el 44% de los encuestados creía que la Teoría de la Evolución es falsa; y un 35% de los encuestados por Pew Research en 2006 dijo que debía incorporarse la Teoría de la creación divina a la educación pública. Respecto de la interrupción voluntaria del embarazo, Palin sostiene una posición más de derecha que la media: ella se opone al aborto incluso cuando el embarazo sea producto de una violación o incesto, cuando gran parte de la población norteamericana (70% contra 21% según una encuesta de Gallup en 2007) cree que el aborto debe ser legal en estos casos.
Es insospechado que Palin pueda a atraer a las feministas; sin embargo, se transformó en una figura atractiva para muchas mujeres que la ven como un "modelo de mujer" más cercano a sus vidas de lo que veían a Clinton.
Es verdad que un amplio sector de la sociedad comparte la visión conservadora de Palin en muchos temas sociales, pero también es vista como una persona "normal" que participa en política, una madre que "combina" vida profesional y familia "como lo hacen millones de mujeres-. Pero además de las plataformas políticas "y esto es lo que realmente temen los demócratas cuando hacen cálculos electorales-, la imagen de los candidatos juega un papel importante. Si comparamos a una millonaria Hillary Rodhman, hija de la clase media alta de la paqueta ciudad de Boston, llegada a la política de la mano de su marido ex - presidente, con una Sarah Palin, hija de una familia trabajadora, egresada de la escuela pública, que hizo su carrera política "desde abajo"? -¿es realmente tan extraño que haya mujeres que se identifiquen con ella? Y a esto se suma que Hillary no puede sacarse de encima la imagen de "mujer del establishment" (después de todo es una ex - primera dama y senadora influyente) y Palin es, en cierto sentido, una "recién llegada" a los pasillos de Washington con un discurso anti-corrupción.
Aunque compartamos con las feministas el combate a las ideas reaccionarias de Palin, nunca podremos compartir la defensa de Clinton porque, en esencia, ambas mujeres representan los mismos intereses que no son los de los millones de mujeres que pretenden representar. Por eso, tanto la campaña de la conservadora Palin como la de la millonaria Rodham Clinton exige un debate a fondo. El problema en este laberinto sigue estando en su puerta de entrada: -¿es el género femenino el factor determinante de un programa político? Es fácil responder que no en el caso de Palin, cuyas idas recalcitrantes solucionan el dilema en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, fue un elemento de peso en la defensa de la candidatura de Clinton, en la valoración de la presencia de mujeres en altos cargos ejecutivos o en el apoyo a varias candidatas mujeres (a pesar de su programa político). Por supuesto que estos elementos de ninguna forma concluyen en el apoyo a "candidatos o candidatas cercanos a la gente", sino en el cuestionamiento de la premisa de que cualquier mujer en cualquier cargo de cualquier estado es sinónimo de un avance en la emancipación de las mujeres.
Antes eran las demócratas las que se mostraban como partidarias de la participación de la mujer en política, de la militancia por la igualdad de derechos, mientras las republicanas explotaban la imagen de la mujer como "el corazón del hogar". Algo llamativo que ha mostrado esta campaña es un cierto "cambio de roles" entre los partidos. "-¿Alguien le ha preguntado a Barack Obama si puede criar a dos hijas y ser presidente de EE.UU.?", preguntó el ex alcalde republicano de Nueva York, Rudolph Giuliani, y la verdad es que no. Una de las polémicas más grandes alrededor de la candidatura de Palin, alimentada por los medios de comunicación, es la crítica a su particular "combinación" de maternidad y vida profesional. A pesar de que son mujeres de su propia base quienes se preguntan si es posible ser madre y vicepresidenta, los republicanos presentan esto como un verdadero "triunfo" de las mujeres "comunes". Del lado demócrata las cosas son inversas: Michelle Obama (que jugó un rol muy importante en la campaña de su marido) es una destacada abogada de Chicago que, por el contrario, se refiere a sí misma como "hermana, hija, madre y esposa", y no como dueña de importantes honores académicos, reafirmando la apelación que ese partido hace a los sectores más conservadores para ganar estas elecciones.
Por eso, enfrentar hasta el final a los sectores que atacan los derechos conquistados y representan lo más retrógrado incluye cuestionar a fondo la tibieza de liberales y progresistas, que mayoritariamente apoyan hoy al Partido Demócrata. Exige cuestionar los derechos que otorga una democracia basada en la opresión y la explotación, una democracia basada en violaciones, asesinatos y abusos en Irak, en la expoliación de los recursos naturales de continentes enteros, en la destrucción del medioambiente? en la más profunda de las violencias: el imperialismo.
Lejos de develar una figura que encarne la emancipación de las mujeres, lo único que ha demostrado la campaña electoral en EE.UU. es que las mujeres representan (como otros sectores) una franja muy importante de votos y ambos partidos quieren conquistarlas. Las convidadas de piedra son las millones de mujeres que engrosan las filas de los 10 millones de personas que han perdido su empleo, las inmigrantes ilegales que trabajan por casi nada y son perseguidas como criminales, las mujeres negras que pueblan las cárceles norteamericanas, los millones de niñas que no tienen acceso a la salud pública o pasan hambre en el país más rico del mundo. Sin duda, son ellas con quienes nos encontraremos codo a codo en la lucha por romper definitivamente el "techo" que nos aplasta a millones de mujeres, que no es de "cristal" sino de concreto y que nos mantiene aprisionadas en la opresión y la explotación más brutales. |