La opresión de las mujeres es anterior al surgimiento del capitalismo y aún pervivió en los estados donde se instauró la dictadura del proletariado. Esto ha llevado a sostener distintas posiciones que consideramos erróneas. Por un lado, la idea de que si el patriarcado que mantiene en la opresión a la mitad de la humanidad no surgió con el capitalismo, entonces a la lucha de las mujeres por su emancipación le compete una esfera diferente que la de la lucha de clases. Por otra parte, si en los países llamados "socialistas", aún persistía la opresión de las mujeres, quedaba demostrado entonces el marxismo era "ciego al sexo" y que las mujeres nada podían esperar de la revolución social. Quisiera abrir una reflexión sobre estos dos postulados.
Veamos primero lo que concierne al capitalismo. Es cierto que la opresión de las mujeres no surge con el capitalismo. Su origen puede situarse con la aparición de la propiedad privada y la división de la sociedad en clases. Sin embargo, el capitalismo ha sabido conservar la estructura patriarcal y milenaria de la familia y con ella, el mantenimiento en la mayor sumisión de las mujeres, para usarla en su beneficio.
Hoy, atacar al corazón del capitalismo que se sostiene en la superexplotación de millones de seres humanos para garantizar las hiperganancias de un puñado de parásitos, obliga a poner en el centro el problema de la opresión de las mujeres. -¿Por qué?
A nivel internacional, las mujeres proporcionan dos tercios de las horas trabajadas y sólo reciben el 10% del ingreso mundial. Las mujeres asalariadas cobran salarios que, oscilan entre un 40% y un 80% del salario de los hombres. En la avanzada Unión Europea, la tasa de desempleo femenino es un 30% superior a la de los hombres. En Africa, el 75% de los trabajos agrícolas es realizado por mujeres, pero éstas reciben menos del 10% de los créditos asignados a los pequeños campesinos. Las zonas francas en todo el mundo emplean 43 millones de personas, de las cuales más del 80% son mujeres entre 14 y 28 años, cuyo promedio de vida laboral "por las indignas condiciones de trabajo- no supera los siete años. Actualmente, la cantidad de hogares constituidos por una mujer sola con hijos representa a una de cada cinco familias en el mundo.
– ¿Quién puede creer que en un mundo como este que describimos es posible adquirir lenta y evolutivamente, derechos a la igualdad? Si estas cifras escalofriantes nos diferencian aún de otros tantos millones de hombres también sumidos en la miseria, -¿cuánto más aún de las pocas mujeres y los hombres que pertenecen a esa minoría de 225 familias que concentran la misma riqueza que la mitad de la humanidad?
Pero también -¿Quién puede creer que un mundo como este que describimos puede transformarse con la revolución individual de los valores de la diferencia, con la creación y el ejercicio de una contracultura no patriarcal reproducida en los márgenes del sistema?
El régimen democrático burgués es siempre la envoltura de la dictadura del capital. No hay democracia en el mundo, ni la más radical ni la más pluralista de ellas que, sin tocar la propiedad privada de los medios de producción, consiga eliminar estas profundas desigualdades que nos pesan como cadenas.
Y si bien, hoy en día, en los países imperialistas, cada vez más actividades antes asumidas en el seno del hogar, se han convertido en servicios brindados por terceros (empresas privadas, servicios públicos, etc), en el mundo semicolonial, muchos productos y servicios antes brindados por el Estado han sido reasumidos por el trabajo doméstico a partir de las privatizaciones, el desmantelamiento y deterioro de los servicios públicos, recargando las espaldas de las mujeres.
Según un informe de 1995 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el trabajo doméstico no remunerado ascendía a casi la mitad del PBI mundial y este trabajo, como sabemos, recae casi en un 99% en las mujeres y las niñas, que constituyen el 70% de los 1300 millones de pobres del planeta. Esa enorme masa de trabajo gratuito beneficia en forma directa a los miembros de la familia que se valen de él para alimentarse, vestirse, etc. Pero indirectamente, permite que los salarios de los trabajadores ni siquiera representen el equivalente a la cantidad de trabajo socialmente necesario para producir y reproducir su fuerza de trabajo.
Gran parte de este "costo de mantenimiento" de la clase trabajadora mundial, lo absorben las mujeres, condenadas a realizar las tareas domésticas que el patriarcado ha establecido como "naturales" para ellas. El capitalismo ha retomado los prejuicios patriarcales para convertir a las mujeres, como dijera Flora Tristán, en las proletarias del proletario.
Por eso, la clase obrera deseosa de liberarse de las cadenas de la explotación no sólo debe enfrentar el fetichismo de la mercancía. También debe descubrir que, parafraseando a Marx, no puede liberarse quien oprime a otros. Y que la lucha por la emancipación de las mujeres del yugo de la opresión patriarcal no es una causa a la que adherir sólo por solidaridad. El trabajador que comprenda esta pérfida ecuación entre la explotación de la fuerza de trabajo y la opresión de las mujeres, fundada centralmente en su trabajo no remunerado, ha dado un paso adelante en el camino de su liberación.
Pero habíamos hablado, al principio, de otra cuestión que forma parte de los temas a debatir en este foro: -¿el marxismo es ciego al sexo? -¿acaso los llamados "países del socialismo real" no demuestran que el patriarcado es implacable y eterno? Hay aquí una discusión muy interesante.
Decía Stalin que con la toma del poder, el socialismo estaba consumado en sus nueve décimas partes. Y Trotsky, contestando a esta imbécil teoría, decía "La conquista del poder por el proletariado no significa la coronación de la revolución, sino simplemente su inicio." Por eso advertía sobre decenas de problemas económicos, políticos, sociales y culturales que no se podían resolver mecánicamente y que incluían, entre otros, las relaciones entre hombres y mujeres.
– ¿Qué importancia tiene ahora este debate? Tiene la importancia de sacar las lecciones de esa experiencia histórica cuando, hoy en día, volvemos a plantearnos la lucha por una sociedad socialista.
Si el socialismo ya estaba casi consumado, como decía la burocracia stalinista, entonces no era necesaria la participación activa de las trabajadoras y los trabajadores en la resolución de sus problemas. El primer paso, entonces, es eliminar la autoorganización de las masas, debilitando su participación en las transformaciones revolucionarias.
Si el socialismo ya estaba consumado, el peligro de la restauración es casi inexistente o mínimo. Por tanto, no hay un combate permanente contra las fuerzas de la reacción internacionales que se expresan en la sociedad de transición.
Si el socialismo ya estaba consumado, esta sociedad de transición con sus resabios del pasado (incluyendo los prejuicios sexistas) es el modelo y no algo que haya que transformar de manera revolucionaria.
Si el socialismo ya estaba consumado, entonces, existiría una homogeneidad social de la clase trabajadora que permitiría que pueda ser representada por un partido único. Es decir, se niega la existencia de capas diferentes de explotados, con intereses diferentes y con relaciones de desigualdad entre ellas.
Si el socialismo ya estaba consumado, cualquier planteo crítico revolucionario podría ser tildado de ataque contrarrevolucionario de agentes de la reacción y el imperialismo.
Pero el socialismo no estaba consumado. Se trataba de una sociedad de transición, eso es la dictadura del proletariado. Y así y todo, la revolución socialista de 1917 consiguió el derecho al aborto, la emancipación de la tutela de los esposos, la igualdad entre uniones de hecho y matrimonios civiles, salario para las mujeres bajo licencia por maternidad o enfermedad, etc. Las barbaridades que después hizo el stalinismo, no estaban inscriptas en las banderas de la revolución de octubre. En 1936 prohibió el aborto, otorgó medallas a la gloria maternal a las mujers que tuvieran más de 10 hijos, persiguió a los homosexuales y a las mujeres en situación de prostitución, enalteció el modelo de la familia tradicional y la figura del Padre Stalin, del líder indiscutible. Y creó enormes diferencias sociales entre las mujeres esposas de los burócratas y los millones de mujeres trabajadoras. Para todo esto debió emprender una contrarrevolución y liquidar a la generación que había encabezado la Revolución de Octubre, confinándolos a los campos de trabajo forzoso, al exilio o fusilándolos en juicios sumarios.
Las sociedades en transición implican la lucha viva entre las fuerzas de la revolución y las de la contrarrevolución. Uno puede no desear pasar por esta etapa difícil en la construcción del socialismo. Pero es inevitable.
Actualmente, las teorías de moda de la democracia radical y pluralista nos dicen que para qué atravesar ese peligro que puede llevarnos al totalitarismo. Para ello embellecen la democracia burguesa, que como dijimos, sigue siendo la dictadura del capital. Otras teorías, escapando también de esta difícil tarea de atravesar por la creación de un estado transicional, el estado obrero, nos dicen que es mejor proponerse la autonomía. Una teoría actual pero tan vieja como la de los socialistas utópicos, criticada a mediados del siglo XIX no sólo por Marx y Engels sino también por Flora Tristán, por pretender crear comunidades ideales al margen del sistema social y económico imperante a nivel internacional.
Como decía Trotsky en 1923, si realmente queremos transformar la vida, debemos mirarla a través de los ojos de las mujeres. Hoy, constituimos una fuerza vital de la clase trabajadora mundial, como nunca antes. Y somos el sector más explotado de la clase, la enorme mayoría de los millones de pobres que habitan este planeta depredado por el capitalismo. Extraer las lecciones de la experiencia revolucionaria más grande que ha tenido la clase obrera, se imponen como una tarea fundamental de todas y todos los que aspiramos a una sociedad liberada definitivamente de las cadenas de la explotación y la opresión que pesan doblemente sobre las mujeres. |