Domingo temprano. Suena el despertador, señal de que las trabajadoras inmigrantes se juntan con las estudiantes de Filosofía y Letras en la Feria Bonorino. La feria, que da inicio al barrio 1.11.14, despliega los colores y olores típicos de las comidas de Bolivia. El gran tránsito de las familias que salen a hacer sus compras es interrumpido por el diálogo fraternal de las mujeres que impulsan la agrupación Pan y Rosas.
Edith, trabajadora boliviana, como tantos otros de la comunidad, profesaba la religión evangélica. Esas Iglesias pisan fuerte dentro del barrio y sus mandatarios se oponen tan fervientemente a la legalización del aborto, como los jerarcas de la Iglesia Católica. Los avatares de su propia vida, así como la experiencia en común con la agrupación Pan y Rosas en el Encuentro Nacional de Mujeres, la llevó a que se vaya distanciando de la religión y hoy milite con fuerza por el derecho al aborto.
“Señora ¿usted sabe que mueren mujeres pobres y no ricas cuando se prohíbe el aborto?”, indaga a una paisana que miraba con desconfianza el volante invitando a la marcha del 1º de noviembre. “Somos nosotras las que corremos el riesgo de morir... Entonces si no somos nosotras las que luchamos por esto ¿quién lo va a hacer?”
La necesidad de la legalización del aborto se hace sentir en cada uno de los relatos de mujeres pobres que vivieron la pérdida de alguna mujer de la familia o una vecina del barrio. La conclusión es obvia: no se puede esperar más, cada día que pasa, implica muertes evitables.
Las estudiantes y trabajadoras inmigrantes terminan la jornada comiendo juntas en el barrio, sabiendo que la supuesta barrera de la nacionalidad es barrida por la unidad de la lucha común. |