A poco más de un mes del sismo que sacudió a Haití, las deplorables condiciones de vida que padecen los habitantes de Léogâne, no dejan lugar a dudas de que las carencias aquí, vienen desde mucho antes del 12 de enero. Todo lo que se ha dicho o escrito se queda corto ante la impresionante realidad.
En el recorrido que hicimos con una brigada médica por comunidades como la de Petit Rivière, se observa que la mayoría de la población son mujeres que acuden a la consulta con sus hijos e hijas en brazos, muchas de ellas con infecciones vaginales y por problemas gastrointestinales de sus hijos, debidos a la mala calidad del agua y la contaminación ambiental.
Acá hay varios campamentos de los que se consideran "chicos", que reúnen a unas sesenta familias, organizados por sus propios habitantes y donde la ayuda oficial, simplemente no llegó. En ellos también el rol de la mujer es preponderante.
Joseph y Guetty, dirigentes locales pertenecientes a la organización Groupe Ecologique pour le Developement Durable en Haití (GEDDH), hablaron del descontento que existe con el gobierno por la falta de movilidad en la ayuda. No hay escuelas y los niños y niñas que estudian deben trasladarse hasta una que está a cuatro horas de viaje. Tampoco hay hospitales. En otra brigada, dirigida a tres orfelinatos para el reparto de pañales y alimento para bebés, pude constatar que aunque la ayuda casi no ha llegado y las necesidades son muchas, la distribución es absolutamente ordenada, pues la garantiza la propia comunidad. Los voluntarios participantes en esta acción aseguraban que decidieron hacer sus entregas sin militares pues “espantan a la población con sus armas y sus tanques”. Ello, sin duda, es la clara muestra de que los supuestos disturbios en las entregas de ayuda sólo son provocados por la presencia militar.
En todo lugar se ve la miseria acompañada de la destrucción que provocó el sismo. Gente viviendo, literalmente, en la calle, improvisando viviendas en los lugares más insalubres. Un mercado que se instala temporalmente en un predio que, al parecer, albergaba un basurero, se ha convertido en uno de los pocos sitios donde la población se puede abastecer de comida y, al mismo tiempo, se ha convertido en hogar para mujeres embarazadas…
Descontento con la presencia militar
En Puerto Príncipe sólo estuvimos unas horas. Acá toda la ciudad huele mal. Entre la basura y los escombros que están sobre la calle y el llamado “olor a muerto”, la ciudad se mueve y desplaza como si fuera posible la “normalidad”.
Los campamentos más grandes se ven acá y son también los más custodiados por los militares. Se dice que, de conjunto, más de un millón de personas están viviendo en carpas en todo Haití, en calles y parques… Casi no hay comercios pues están derrumbados y los pocos que se mantienen en pie estuvieron cerrados por los días de duelo. En la calle, en muros semiderrumbados, se ven pintadas electorales y de protesta, pero dicen que estaban ahí desde antes del sismo. Muchas contra Aristide y algunas contra Preval.
El constante paso de camiones, jeeps y tanques militares complementan el panorama que pareciera de posguerra. En las calles, hasta los soldados que organizan el tránsito se encuentran armados y muchos de ellos hacen todo sin quitar el dedo del gatillo.
Aunque no hubo reporte aún de grandes movilizaciones de protesta al cumplirse un mes del sismo, el descontento con la presencia militar es generalizado. Esto es, sin duda, lo que motiva las exageradas acciones de control por parte del gobierno y ejércitos extranjeros; situación que en los próximos días podría generar nuevos estallidos sociales de un pueblo que históricamente se ha caracterizado por la lucha inclaudicable por sus derechos. |