Dicen de ella que era "una mujer brava y valiente que puso emboscadas a las tropas federales en Tixtla[1] y que en la batalla, en la bola[2] y en lo particular se le reconoció."[3]
El zapatismo concentró, en forma organizada, la irrupción de las masas campesinas y del proletariado agrícola. Expropió a los hacendados con las armas en la mano y repartió la tierra ahí en donde tuvo oportunidad. Los propietarios, que practicaban el derecho de pernada y asumían a sus peones y jornaleros como parte de su propiedad fueron quemados, colgados o fusilados. Emiliano Zapata encarnó la intransigencia revolucionaria de las masas insurrectas y "la revolución del sur se organizó con su propia dirección, elegida por los pueblos y los combatientes, y con su organismo independiente de la dirección burguesa: el Ejército Libertador del Sur, basado en la participación y la iniciativa de todo el campesinado y el proletariado agrícola de la región y en el apoyo y la confianza de sus centros naturales de organización política y social, los pueblos."[4]
La dinámica de la revolución del sur se hizo posible gracias a la más amplia participación de hombres y mujeres que empuñaron las armas no sólo contra la dictadura, sino también contra las direcciones burguesas que los traicionaron. Durante diez años, vencieron y fueron derrotados, siempre desconfiando de sus enemigos de clase. Fue la represión y el asesinato de Zapata lo que finalmente "pacificó" a las masas del sur y sobre esta derrota se erigió el nuevo Estado mexicano, que dejaría inconclusas las demandas de millones de explotados y oprimidos en el campo: tierra y libertad.
La historia oficial tampoco reconoce el rol que jugaron las mujeres, columna vertebral del Ejército Libertador del Sur, en la revolución. Pero menos aún, la de aquellas que obtuvieron puestos de mando por su valentía y su capacidad en el terreno militar, la cual fue clave para que un ejército poco entrenado y disperso pudiera tomar el control de un amplio territorio y cercar la capital del país. Una de estas mujeres fue Amelia Robles, la coronela, que participó en más de setenta empresas militares, accediendo a uno de los puestos más importantes en la jerarquía zapatista.
Nació el 3 de noviembre de 1889 en Xochipala, Guerrero. Su padre fue un ranchero acomodado, propietario de cuarenta y dos hectáreas y de una fábrica de mezcal. La vida de campo dio la oportunidad a Amelia de adiestrarse en cuestiones restringidas para las mujeres: montar caballos, domarlos, lazarlos y manejar armas. Algunas crónicas aseguran que aprendió el uso del fusil, en primer lugar, para defender a su madre y sus hermanas del maltrato físico al que eran sometidas por su padrastro.
La revolución la alcanzó cuando tenía veintiún años de edad. A propósito de su enrolamiento en las filas revolucionarias Amelia decía: "vino la bola y me fui a la bola. Al principio no dejó de ser una mera locura, pero después supe lo que defiende un revolucionario y defendí el plan de Ayala. Huerta había matado a Madero y fui contra Huerta. Carranza era sólo un mistificador de la revolución y combatí a Carranza."[5] Existen distintas versiones sobre su reclutamiento, pero la más certera parece indicar que aconteció cuando el general Juan Andrew Almazán había llegado a Xochipala levantando a todo el pueblo en armas. Sería en 1913 que se integra resueltamente al Ejército Libertador del Sur, a las órdenes de los principales jefes zapatistas del estado de Guerrero: Jesús H. Salgado, Heliodoro Castillo y Encarnación Díaz. Después de organizar a un grupo de hombres de Xochipala, Amelia se pone a las órdenes del general Salgado y participa en su destacamento en veinticinco acciones armadas.
Desde su ingreso, comenzó a tener varios hombres bajo sus órdenes en condiciones de abastecimiento muy adversas. Una de las batallas más rememoradas popularmente, donde tuvo una participación destacada, fue en la plaza de Tlacotepec[6] que fue tomada cercando a los federales en la iglesia. Relatan algunas crónicas de protagonistas, que habiendo cercado al enemigo, los zapatistas decidieron hacer un alto al fuego con la premura de que faltaban municiones. Para hacer salir a los efectivos atrincherados, hicieron lo siguiente: en un costal de chiles vaciaron un chorro de petróleo, cuando el combustible penetró el fruto, encendieron el costal y lo lanzaron a la bóveda de la iglesia. La humareda hizo salir a los que resistían con gritos de desesperación.
El golpe de estado perpetrado por Victoriano Huerta contra Madero en febrero de 1913, desarticula y dispersa a las fuerzas zapatistas hasta finales de octubre de ese año. Reorganizadas, tomaron la ofensiva y Amelia tuvo actuaciones destacadas en Tixtla y Chilpancingo[7] a las órdenes del mismo general Salgado, quien fue designado por el propio Zapata para dirigir la campaña. Es en esta empresa que Amelia asciende a Mayor de las fuerzas zapatistas, después del coraje mostrado en el campo de batalla y de haber robado el caballo al superior de los federales, el coronel Zenón Carreto. Más tarde, Amelia adquirió el cargo de Coronel, ahora bajo las órdenes del general Castillo a quien profesó un profundo respeto: "Castillo me enseñó a ser revolucionario."[8]
Después de la reorganización de las fuerzas zapatistas, en 1914, el Ejército Libertador avanza sobre la capital, obligando a Carranza a evacuar la ciudad y tomando la Ciudad de México en lo que sería el memorable encuentro de Emiliano Zapata y Francisco Villa, Amelia acompañó la expedición. En 1918, el ingeniero Ángel Barrios, hombre de confianza del propio Zapata, es encarcelado. La Coronela fue parte de la operación de rescate en la que fue detenida y estuvo a punto de ser fusilada. En una entrevista, cuando le preguntaron qué sintió al estar frente al pelotón de fusilamiento, Amelia arremetió: "Mire amigo, con toda franqueza puedo decirle que nada."[9]
Estuvo al mando de destacamentos de seiscientos hombres; veteranos como el general zapatista Jesús Patiño estuvieron bajo sus órdenes. Fue destacada en realizar los planos topográficos para los revolucionarios en Morelos y Guerrero y por las múltiples ocasiones en que emboscó a los federales. Los testigos que la conocieron y sobrevivieron hablan de su bravura, su capacidad para "cargar gente"[10] y sus cualidades en el terreno militar.
Después de una de sus últimas campañas, Amelia Robles toma la determinación de adoptar otro nombre: Coronel Amelio Robles, de ahí que se le conozca con el alias de "el güero Robles". Pocos años después, conocería a su compañera de más de una década, Á ngela Torres, siendo una de las primeras y pocas mujeres que a principios del siglo XX vivió su elección sexual plena y públicamente.
La Coronela murió el 9 de diciembre de 1984, a los noventa y cinco años de edad. La periodista Gertrude Duby decía a propósito de ella: "era necesario ver a esa mujer legendaria (?) el no conocerla se convertía en algo angustioso. Hasta en las montañas de Chiapas oía hablar de ella."[11] Hasta hace unos años, de Chilpancingo hasta Chiapas[12] las voces ancianas de los zapatistas sobrevivientes heredaron el nombre de Amelia Robles a sus descendientes.
La Coronela entró al torrente de la revolución y ahí se forjó con talante aguerrido, con el fusil en la mano, al frente de los destacamentos. Tarea de los revolucionarios de nuestro siglo es retomar estas lecciones y llevar la obra de Emiliano Zapata y el Ejército Libertador del Sur hasta el final. Este trabajo, pobre aún, es un intento por desenterrar la "otra historia" de nuestras mujeres, no la que se forja desde arriba, para justificar la explotación y la opresión, si no la que se construye en el terreno de la lucha de clases, en esos momentos excepcionales en que las masas se vuelven protagonistas de su propio destino y la voz de las oprimidas y oprimidos de la tierra se hacen oír. |